Mi pasión por el teatro empezó tan pronto como empecé a leer y a escribir.
A los cinco años recuerdo que me llevaban a leer por las aulas, la profesora le explicaba a mi madre que leía con una emoción ¡que le ponía los vellos de punta! Yo compraba libros con la paga de la semana, me conocían en la librería como “La niña del libro a la semana”. Sólo me daba para comprar un libro, y allí iba yo con mis monedillas a comprarlo con toda mi ilusión y por supuesto lo leía dos o tres veces esperando al siguiente.
Mientras estaba en el colegio escribía en casa obras de teatro y las montaba con mis compañeros de clase…de esta forma títulos como “un juicio final” o” la traición de los vampiros” cobraban vida entre niños y niñas de 8 y 9 años ¡Era emocionante!
Yo era bastante tímida e introvertida y encontré en el TEATRO una manera de relacionarme con el mundo, un puente de conexión, de complicidad, de expresión, un lugar y un sentido.
Mi camino en el teatro continuó, en la primera obra en la que actué tenía 14 años, fue “el maleficio de la mariposa” de Lorca, de la mano de Ramón Resino, profesor mío de dramatización en la escuela. Recuerdo que en un momento en el que decía un texto de Nigromanta viví una experiencia única, que me transportó y volé literalmente con el texto, “es como si desapareciera” me dije, “es elevarme del suelo, sin dejar la tierra”.
Con esta misma edad, conocí a mi querido amigo Manuel Linares, un hombre especial, traído de otro espacio, otro planeta, un principito pelirrojo que fue parte de mi alma y lo sigue siendo. Con el montaba obras en la terraza de su casa frente a la Giralda de Sevilla, mientras veíamos a los vencejos en el aire al atardecer y comíamos pasteles entre verso y verso.
Participé en la obra “Don Juan Tenorio” donde, todo hay que decirlo, el director me quiso meter mano, ¡yo tenía 18 años podéis imaginaros! Muchos años más tarde, comiendo en un vegetariano de Madrid, escuché una voz pedir la cuenta y encontré los ojos de aquel director en un anciano, no dijimos nada, pero supimos perfectamente quien era el otro.
A los 20 años me fui a Madrid a estudiar teatro, y más tarde a Londres a la escuela de Philippe Gaulier.
Existía entonces el CAT, Centro Andaluz de Teatro, hice una prueba con Miguel Narros, “Las de Caín” ¡y me dieron el personaje principal! ¡Contaros la anécdota que la prueba se hacía con patines y yo no sabía patinar! ¡El día del estreno tuvieron que cogerme los técnicos porque iba a atravesar la escenografía y caerme al patio de butacas!
Con el CAT participé en obras como “El gran Inquisidor” de George Tabori y en la versión de Emilio Hernández “Fuenteovejuna”, donde las mujeres hacíamos de hombres, y yo hacia el personaje del comendador, tenía que violar a Laurencia, primero levantar su falda con un palo largo, ¡que risas!, menos mal que Isabel y yo luego nos íbamos de cañas y le poníamos humor al asunto.
Luego me preparé una prueba en una casa de ocupas, porque no había dinero para alquilar salas, era para el Teatro Romea de Barcelona. Cuando terminé la prueba, me dijo el director “muy bien” y yo le contesté “puedo hacerlo mejor, ¿puedo repetir?” y allí estuve, ¡un año en Barcelona!
Años más tarde monté mi propia compañía junto a May Pascual ¡que a lo tonto la compañía lleva ya 18 años de vida!… Y al mismo tiempo comenzaba mi interés por la Psicología.
Fueron años de mucho crecimiento, lucha y verdad por lo que hacíamos, ahora me pregunto ¿Pero de dónde sacaba yo aquella energía?. Nos plantábamos con un bocadillo y la carpeta del espectáculo bajo el brazo mientras distribuía, hicimos toda España de gira con distintos montajes y fuimos a Argentina y Uruguay.
Para terminar, deciros muy bajito, como amo el teatro y cuanto agradecimiento siento por él.
Cuando voy a una sala como espectadora y se apagan las luces y se hace el silencio, no puedo imaginar un momento de más belleza, intimidad y poesía al mismo tiempo. Cuando estoy con mis alumnos en clase intento que se lleven el disfrute, la autenticidad y la humanidad que aprendí del teatro y un trocito de mi experiencia, me encanta verlos actuar, aprender, divertirse, a muchos los siento ya como familia y tienen un lugar en mi corazón.
Cuando pasen los años y mire hacia atrás, sé que uno de los sentidos de mi vida me lo dio mi vocación y otro también muy importante la relación con mis alumnos y la inmensa satisfacción que siento cuando viajamos juntos a través del TEATRO.